Artículos por "Nueva York"
Mostrando entradas con la etiqueta Nueva York. Mostrar todas las entradas
No pierdas nunca tu capacidad para asombrarte. Hola qué quizá no conozcas.
South Bronx, Nueva York, 1980
South Bronx, Nueva York, 1980.
Si hubieses aterrizado en alguno de los aeropuertos de la ciudad de Nueva York en junio de 1975, la ilusión de poner un pie en la Gran Manzana pronto se habría transformado en desasosiego. Y así habría sido porque nada más bajar del avión habrías sido recibido con, posiblemente, el folleto más extraño e inquietante entregado como bienvenida al llegar a una gran ciudad. Un panfleto en cuya portada destacaba el dibujo de una gran calavera con capucha con el título de «Bienvenidos a la Ciudad del Miedo», que advertía a los recién llegados que «hasta que las cosas cambien, si puede, manténgase alejado de Nueva York». Se trataba de una especie de guía de supervivencia para los visitantes de la Ciudad de Nueva York en cuyo interior había una lista de nueve «directrices» que instruían al visitante para ayudarle a poder salir de la ciudad con vida, y con sus pertenencias intactas.

Las directrices pintaban una visión de pesadilla de Nueva York, comparándola con Beirut, que por aquel entonces ocupaba buena parte de los informativos norteamericanos al ser el epicentro de la devastadora e incipiente guerra del Líbano. Se aconsejaba a los visitantes que no se alejasen del centro de Manhattan, no usasen el metro bajo ninguna circunstancia, y no se paseasen fuera de lugares concurridos después de las seis de la tarde.

Fear City
Cualquier turista estaría desconcertado, si no horrorizado, ante tan inquietante recibimiento. Si bien, quizá el folleto exageraba los problemas de la ciudad, tampoco lo hacía demasiado. El Nueva York de los años 70 era un lugar peligroso, caótico, desordenado, tomado por los delincuentes y, económicamente, al borde del abismo.
Incluso podrían haberse sobrecogido todavía más de saber que aquellos hombres en ropa informal que les entregaban esos extraños panfletos  —con unos fúnebres bordes negros y una calavera en su interior mirándoles de reojo, sonriendo y deseándoles  «buena suerte»— eran, en realidad, miembros de la policía de Nueva York. La Gran Manzana atravesaba uno de sus peores momentos de su historia reciente.
Fear City«Una nuevo descenso en la irresponsabilidad», se quejó Abe Beame, el asediado alcalde de Nueva York en aquel momento. Beame, que envió a los abogados de la ciudad a los tribunales para tratar de prohibir la distribución del folleto tuvo que ver como como estos permitieron la difusión de aquellos folletos en virtud de la libertad de opinión que recoge la constitución de Estados Unidos. De fondo estaba el pánico por perder el turismo, una de las pocas industrias que quedan en la ciudad, y que todavía atraía a 10 millones de visitantes al año.

La crisis fiscal del Nueva York de mediados de la década de 1970 es sin duda uno de los momentos más extraños en la historia de la ciudad y de los Estados Unidos. Fue un momento en que la desintegración de la  mayor ciudad de la nación más poderosa de la Tierra parecía totalmente posible. La causa de tan inquietante situación provenía de los masivos recortes presupuestarios impuestos a la ciudad. Las arcas del ayuntamiento estaban vacías y la sombra de la bancarrota sobre una ciudad en ruina —al estilo de la Detroit de hoy en día— estaba cada vez más cerca. Lo cierto es que la Gran Manzana estuvo a punto de quebrar aquel año de 1975 con 14.000 millones de dólares en deuda y un déficit de alrededor de 2.200 millones de dólares, y solo obtuvo un mínimo respiro cuando el Congreso y el presidente de entonces, Gerald Ford, aprobó 2.300 millones de dólares en préstamos a corto plazo y la reestructuración de la deuda. La ciudad se salvó del colapso en el tiempo de descuento.

Según se recogió en los medios del momento, se imprimieron más de un millón de folletos «Fear City» para su distribución, con un millón más con orden de imprimir en caso de agotarlos. A este folleto se le sumaron otros, igualmente alarmistas, dirigidos a los residentes de Nueva York con los ilustrativos títulos de «Si usted no ha sido atracado aún» y «Cuando le suceda ...». Todos fueron producidos y distribuidos por el llamado Consejo de Seguridad Pública, que agrupa a 28 sindicatos de «los servicios uniformados», que representa a unos 80.000 policías y funcionarios de prisiones, además de los bomberos de la ciudad, también enfurecidos por planes para despedir a miles de sus miembros.

Residentes de South Bronx 1977
Residentes de South Bronx , barrio de clase media-alta hasta la década de los 60, juegan
a las cartas en un bajo abandonado, 1977.
Muchas de las advertencias en el panfleto de la ciudad del miedo eran, por supuesto, exageraciones ridículas o mentiras completas. Las calles del centro de Manhattan no estaban casi vacías  después de las seis de la tarde, y eran perfectamente seguras para caminar. La ciudad no tenía que cerrar la mitad posterior de cada tren del metro por la tarde para juntar a los pasajeros y que pudieran estar mejor protegidos, como afirmaba e panfleto. Todavía había muchos barrios seguros y protegidos fuera de Manhattan, y no había ni una «espectacular» oleada de robos ni constantes incendios en hoteles.

Metro de Nueva York 1980
Dos agentes patrullan el metro, donde la criminalidad se había disparado en los 60 y 70.
Harlem coche abandonado en Nueva York
Un coche abandonado en Harlem da una idea del precario estado de la ciudad en el verano de 1975,
Sin embargo, con los números en la mano, la aterradora realidad de la ciudad parecía dar la razón a los autores del catastrófico folleto. La delincuencia y los crímenes violentos se habían incrementado rápidamente durante los años precedentes. El número de asesinatos en la ciudad se había más que duplicado en la década anterior, de 681 en 1965 a 1.690 en 1975 (a modo de comparación, en 2014, en España hubo 324 homicidios intencionados). Los robos de coches y asaltos también se habían más que duplicado en el mismo período, las violaciones se habían triplicado, mientras que los robos habían aumentado un asombroso 1000%.
Había una sensación generalizada de que el orden social se estaba viniendo abajo. La mayoría de los trenes del metro estaban sucios, cubiertos de graffitis por dentro y por fuera y llenos de carteles que recordaban a sus usuarios que no perdiesen de vista sus pertenencias. Incluso se instalaron espejos en las paradas para ver quien se hallaba al doblar la esquina del pasillo. Existía la idea de que podía pasar cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier momento.

Times Square. Primavera de 1975
Times Square. Primavera de 1975.

Las calles estaban sucias, el vandalismo y los cines X se encontraban en su apogeo y el patrimonio de la ciudad se estaba perdiendo, con antiguos edificios dignos de conservar que eran sustituidos por modernas moles de cemento para albergar oficinas. De hecho a las principales infraestructuras de la ciudad se les permitió deteriorarse hasta limites jamás vistos: los puentes del East River se oxidaron hasta casi quedar inservibles. Grandes edificios públicos como la Grand Central Terminal presentaba un aspecto destartalado desde que un juez había anulado la ley de conservación del símbolo de la ciudad. Beame encontró fondos para salvar Grand Central Terminal pero la ciudad se estaba muriendo poco a poco.

Revista Time, 1975Nueva York, como suele pasar, se había ido a la ruina de la forma mas común: casi sin darse cuenta al principio y de forma descontrolada a renglón seguido. Los gobernantes de la ciudad no eran más corruptos que en otros momentos de su historia pero los diez años anteriores se había embarcado en una desastrosa política financiera basando su funcionamiento en deuda a corto plazo. Y la jugada había salido muy mal. La financiación de la ciudad había llegado a ser tan descuidada y azarosa que ni siquiera mantenía un conjunto oficial de libros contables. A principios de 1975, la ciudad de Nueva York debía la exorbitante cifra de 5000 millones de dólares en deuda a corto plazo.

Para ser justos, Nueva York pagaba mucho más de lo que recibía en impuestos estatales y federales. También era la ciudad que más recursos económicos gastaba en apoyo a los ciudadanos de pocos recursos, y lo hacía en una cantidad mucho mayor que cualquier otra ciudad importante de Estados Unidos —y ninguna ciudad tenía un número de beneficiarios de asistencia social ni parecido al de NuevaYork: más de un millón en 1975. En los años transcurridos desde la segunda guerra mundial, la ciudad había sido un foco de atracción para personas que buscaban un empleo (Nueva York siempre lo había sido, pero en las últimas décadas se había disparado) pero gran cantidad de ellas habían visto frustradas sus esperanzas. No encontraron puestos de trabajo y su lugar lo llenaron la heroína y las armas de fuego. La ciudad había perdido un millón de empleos desde 1945, y la mitad de todos ellos desde 1969.

South Manhattan, verano de 1975
South Manhattan, verano de 1975.
La ciudad ya no podía servir como asilo y cajero automático para la nación y volvió su mirada a Washington en busca de ayuda, pidiendo al gobierno federal que respaldase sus bonos. Mientras, trataría de poner su casa, fiscalmente hablando, en orden, a través de recortes presupuestarios brutales y reformas draconianas.

En mayo de 1975, el Alcalde Beame había anunciado severas reducciones en los salarios, en las pensiones y en las condiciones de trabajo, más el despido de 51.768 trabajadores de la ciudad —más de una sexta parte de sus empleados— anunciando que estos recortes podrían evitarse si todos los trabajadores de la ciudad estuvieran de acuerdo en trabajar cuatro días a la semana, por un salario acorde pero los sindicatos no aceptaron; sus miembros se habían llevado el peso del caos social en los últimos diez años y no estaban dispuestos a sacrificar más.
El 30 de junio de 1975 la ciudad despidió a una cantidad inicial de 15.000 trabajadores, incluyendo miles de policías y 1.600 bomberos —el 20% de toda la fuerza de la ciudad. Para septiembre, 45.000 trabajadores habían sido despedidos— y los sindicatos reaccionaron con rabia. A las protestas y huelgas salvajes siguieron otras acciones como la del folleto de «la ciudad del miedo».

Disturbios de los trabajadores públicos en 1975.
Disturbios de los trabajadores públicos en 1975.
La débil situación de Nueva York preocupaba en EEUU pero también fuera. El canciller alemán Helmut Schmidt advirtió a Ford de que la caída de Nueva York haría que el dólar «pasase a valer una mierda» y no titubeó para anunciar públicamente que el incumplimiento de Nueva York tendría «un efecto dominó, golpeando a otros centros financieros globales como Zurich y Frankfurt». En una cumbre en Francia un tiempo después, el presidente francés Giscard d'Estaing se unió a Schmidt al insistir en que la quiebra de Nueva York «sería vista como la quiebra de los Estados Unidos».

En casa, la opinión pública parecía cambiar. Las encuestas mostraban que casi el 70% de los estadounidenses apoyaban algún tipo de ayuda para Nueva York, siempre y cuando la ciudad equilibrase su presupuesto y los contribuyentes de fuera de Nueva York no tuvieran que pagar la factura. A finales de noviembre de 1975, Ford instó al Congreso a aprobar una ley para inyectar 2300 millones de dólares al año durante los tres años siguientes a Nueva York en préstamos directos. La ley se aprobó rápidamente. La línea de crédito federal fue vital para restaurar la confianza financiera en la ciudad de Nueva York. La ciudad no iría a la quiebra, pero los años de austeridad y recortes solo acaban de empezar. Los salarios de los funcionarios neoyorquinos, los que mantuvieron sus puestos de trabajo, nunca se recuperaron, y en general, perdieron buena parte de su poder adquisitivo, en un momento en el que la inflación alcanzó el 18%.

Disturbios e incendios en 1977.
 En el Bronx, tras el apagón de 1977, se produjeron más de 400 incendios. 
Durante esos años y los siguientes la ciudad fue convincente en sus contradicciones: un lugar vibrante y muy barato para vivir, que atrajo a los jóvenes con talento en masa. También se deshacía por las costuras. Ante la importante caída del precio de las casas y el temor de perder el valor de sus inmuebles, muchos propietarios contrataron a pirómanos que quemasen sus viviendas y así cobrar el seguro. Según estadísticas oficiales, el 40% de las propiedades de la zona de South Bronx fueron pasto de las llamas. En ocasiones bloques enteros de pisos. Era difícil que las cosas empeoraran. Así que empezaron a mejorar.

El resurgir de la mano de un logo

Con la idea de cambiar la mala imagen de la ciudad y promocionar el turismo en el estado de Nueva York, el asistente del comisionado de comercio, William S. Doyle, encargó una campaña de publicidad a la agencia Wells, Rich, Greene Inc. El responsable de la campaña publicitaria, Charlie Moss, quería difundir un sentimiento de ilusión y orgullo a los habitantes de la ciudad y a los potenciales visitantes transmitiendo que lo mejor de Nueva York estaba por llegar.

La campaña se iba a basar en la frase  «I Love New York» acompañada por una serie de anuncios publicitarios que buscaban promocionar por un lado la cultura y diversión en la gran manzana reflejada en los espectáculos de Brodway y por otro lado las zonas para disfrutar del aire libre y la naturaleza en todo el estado.
Logo I love New York
Pero a la campaña le hacía falta lo más importante: un logo. El encargado de hacerlo fue el diseñador gráfico e ilustrador Milton Glaser que, mientras viajaba en un uno de los famosos yellow cab pensó en una especie de jeroglífico sustituyendo la palabra «love» por un corazón rojo y utilizando solo las iniciales NY en lugar del nombre completo. Así nació el logo más famoso de todos los tiempos, el comienzo del resurgir de una ciudad.
Y lo que fue una campaña pensada para todo un estado y de una duración de dos o tres meses, se convirtió en el símbolo de una ciudad que perdura hasta el día de hoy. Y quien piense que Milton Glaser se hizo rico con esta campaña, se equivoca. Hizo el trabajo por los gastos y cedió el diseño del logo de manera desinteresada al estado de Nueva York, a día de hoy, el beneficiario de todos los derechos.

South Manhattan, principios de la década de 1980
South Manhattan, principios de la década de 1980.
Y, por supuesto la gestión de los fondos tuvo que mejorar. Hoy en día, la ciudad de Nueva York es un lugar muy diferente de lo que era hace 40 años: más limpia, más brillante, más segura, más ordenada y más rica. De acuerdo con el censo de los EEUU, su población es de cerca de de 8,5 millones de personas (máximo en su historia). Y barrios de clase baja y altas tasas de criminalidad, como Crown Heights, o Bedford-Stuyvesant en Brooklyn, están aburguesándose de forma acelerada, algo que hubiera parecido inimaginable en los días de «Ciudad del miedo».
El crimen aquí ha ido disminuyendo de manera exponencial durante más de 20 años, haciendo de Nueva York una de las ciudades más seguras de Norteamérica. En 2014, según The New York Times, los homicidios cayeron a 328, la cifra más baja desde 1963, cuando el Departamento de Policía comenzó a recopilar estadísticas fiables. Esta nueva «Ciudad Segura» se refleja en un aumento enorme en el turismo: más de 56 millones de visitantes a la ciudad en 2014, cinco veces más que en 1975. En febrero de 2015 la ciudad estableció un récord de 12 días consecutivos sin un asesinato, y el crimen sigue bajando. Para bien o para mal, los malos tiempos de Nueva York no van a volver y, sin embargo, el miedo a retornar a ellos parece persistir en la mente de muchos neoyorquinos de cierta edad.

Fuentes: The Guardian. Imágenes: National Archives and Records Administration.
No pierdas nunca tu capacidad para asombrarte. Hola qué quizá no conozcas.
El propio Oliver Sacks dijo una vez que él siempre quiso ser un «verdadero científico», alguien que trabajase en un laboratorio, que llevase a cabo experimentos y que presentase estudios para prestigiosas revistas académicas. Tristemente nos acaba de dejar pero probablemente, será recordado más por su trabajo como escritor y divulgador en el campo de la neurología, que como investigador.

Oliver Sacks y Robin Williams durante el rodaje de la película Despertares (1990). Fuente.

«Por encima de todo, he sido un ser sintiente, un animal pensante, en este maravilloso planeta y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y una aventura», escribió en el New York Times, pocos meses antes de morir, este insólito neurólogo, cuyos libros sobre los recovecos de la mente humana, como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero o Despertares, han vendido millones de ejemplares en todo el mundo y han sido adaptados al cine.
Es precisamente por la adaptación de esta última novela autobiográfica al cine, por lo que quizá oyeses hablar de Oliver Sacks por primera vez. Posiblemente la película debería ser de obligado visionado para estudiantes de disciplinas sanitarias o científicas, aunque deje perplejos a todo tipo de espectadores, más si cabe por su carácter de «basado en hechos reales», a pesar de que pueda pecar de cierta sensiblería (sí, al igual que vosotros, yo también llevo un crítico de cine en el bolsillo ¡y a veces se escapa el muy rufián!). 

No pierdas nunca tu capacidad para asombrarte. Hola qué quizá no conozcas.
A finales de la década de 1970 los neoyorquinos vivían en una ciudad caótica, desordenada y salvaje. También eran años en los que sus habitantes todavía podían toparse con escenarios insólitos, dónde aún existían huecos para lo sorprendente. Años en los que los amantes de la playa de «la Gran Manzana» podían encontrarse con un inesperado regalo en la misma puerta de su casa.

playa en manhattan, nueva york
Manhattan. Julio de 1983. Imagen.

Tan solo un par de décadas antes, la antaño próspera zona del downtown de Manhattan, se encontraba en uno de los peores momentos de su historia. Se había ido reduciendo, continua y paulatinamente, a un sinfín de muelles abandonados como consecuencia directa del auge del transporte aéreo. Por suerte las soluciones no tardaron en llegar; la primera propuesta seria para darle un nuevo uso ganando esta zona al Río Hudson fue presentada a mediados de los años 60. Poco después, en 1966 el gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller, desvelaría el proyecto definitivo que iba a transformar aquella parte de la ciudad en la nueva y flamante Battery Park City.
No pierdas nunca tu capacidad para asombrarte. Hola qué quizá no conozcas.

1983

Fotograma del la película Érase una vez en América. Vista del puente de Manhattan desde Washington Street.

Érase una vez en América (Once upon a time in America) es una película que tiene la capacidad de enganchar al espectador, más que por un argumento original o innovador -que también-, por el tratamiento de las imagenes y de las escenas que compone el genial Sergio Leone en la mayoría de sus películas. Para su desgracia (y probablemente para la nuestra) el director tuvo graves problemas con los directivos de Warner que recortaron en más de una hora el film sin informarle, contratando para esta labor al encargado de montaje de Loca academia de policía. Sería la última película del director italiano. En esa época comenzó a padecer graves problemas de corazón de los que finalmente moriría, de forma prematura, a los 60 años. Una verdadera lástima, no hay duda de que nos habría dejado varias joyas más
Sin embargo, y aunque haya dado la impresión por este primer párrafo, no voy a hablar de cine en esta entrada. Os propongo, en cambio, un viaje a través del tiempo de la mano de una de las imágenes más famosas de la película, que además es el alma del cartel publicitario. El fotograma en cuestión, que es el que abre este post, es el de los protagonistas de Érase una vez en América cruzando Washington Street por Water Street con la vista del pilar del Manhattan Bridge de fondo. Así es cómo se veía el puente de Manhattan en 1983, mientras se rodaba la película. Una imagen ya clásica de Nueva York.

No pierdas nunca tu capacidad para asombrarte. Hola qué quizá no conozcas.
La mañana del 7 de agosto de 1974 pudo contemplarse en Nueva York un espectáculo memorable. Una escena jamás vista, tan inesperada como bella, y que nunca sería olvidada por los afortunados neoyorquinos que aquel gris día la pudieron presenciar.


Durante la noche anterior, un joven francés llamado Philippe Petit, ayudado por algunos amigos y colaboradores, había tendido un cable de acero entre las dos torres del recién nacido World Trade Center. Para ello habían tenido que burlar la seguridad de los rascacielos, algo que no era especialmente difícil. Petit ya lo había logrado antes en varias ocasiones, haciéndose pasar en todas ellas como trabajador de la construcción de unas torres que en aquel momento no estaban completamente terminadas. Durante meses había estado visitando ambas azoteas con objeto de estudiar cada detalle de su plan. Un plan que llevaba madurando años. Iba a realizar un número que dejaría estupefactos a todos y no quería, ni podía, dejar margen a la improvisación.

No pierdas nunca tu capacidad para asombrarte. Hola qué quizá no conozcas.
Ayer se cumplieron siete años del ataque a las torres gemelas del WTC. Hasta aquel nefasto día el edificio más alto jamás derribado, de forma controlada eso sí, era el edificio Singer, que curiosamente estaba situado a menos de 200 metros del lugar que ocupaban las torres neoyorquinas.

La cúpula del edificio Singer en primer término con el edificio Woolworth al fondo

Pero empecemos con su construcción. El proyecto para ampliar las oficinas centrales de la empresa Singer, en Broadway, comenzó en 1902 cuando la exitosa empresa de máquinas de coser compró las propiedades colindantes al norte y al oeste de su edificio con el objetivo de construir una nueva sede en el mismo lugar que ocupaba la antigua.
El arquitecto, Ernest Flagg, proyectó inicialmente un edificio de treinta y cinco pisos pero en Singer pronto se dieron cuenta de que, con esas dimensiones, enseguida se les quedaría pequeño. Se embarcaron entonces en un proyecto más ambicioso que llevaría a la construcción del edificio más alto jamás visto hasta la fecha.
No pierdas nunca tu capacidad para asombrarte. Hola qué quizá no conozcas.
Imagen.

Lejos de ser una historia romántica, la construcción de la Estatua de la Libertad está llena de dificultades. Dificultades económicas y políticas que complicaron su construcción y que incluso estuvieron a punto de provocar que se erigiese en una ciudad distinta a Nueva York.


Todo comenzó en 1865 cuando un jóven escultor francés llamado Frédéric-Auguste Bartholdi acudió a un banquete cerca de Versalles. Allí conoció y conversó con Edouard de Laboulaye, un prominente jurista e historiador francés de la época. De Laboulaye, un gran admirador de los Estados Unidos, observó que el centenario del país, que se celebraría en 1876, se acercaba, y pensó que sería una buena idea para Francia el hacer un regalo a la jóven nación para conmemorar tal evento. ¿Pero qué tipo de regalo? se preguntó Laboulaye. Bartholdi vió una inmejorable ocasión de llevarse la conversación a su terreno y propuso una estatua gigantesca de alguna clase. La idea fue bien acogida pero se quedo en eso, una idea, y tendrían que pasar casi seis años para que el proyecto diese sus primeros pasos.
Hacia 1871, Bartholdi ya tenía la mayor parte de los detalles resueltos, en su mente, claro: el monumento americano sería una estatua colosal de una mujer y se llamaría "La libertad ilumina el mundo". El coste sería sufragado por los franceses, y el pedestal sobre el que se asentase estaría financiado y construido por los Americanos.
En junio de 1871, Bartholdi viajó a Estados Unidos. Durante el viaje escogió la Isla de Bedloe, conocida posteriormente como la "Isla de la Libertad", para situar su escultura y, durante los 5 meses siguientes, trató de conseguir apoyos para su proyecto viajando por todo el país. Pasado ese tiempo volvió a Francia, donde el gobierno de Emperador Napoléon III (el sobrino de Napoléon Bonaparte) era abiertamente hostil a los ideales democráticos y republicanos en los que se inspiraba la Estatua de Libertad. Por ello Bartholdi procuró pasar desapercibido hasta 1874, cuando fue proclamada la Tercera República tras la derrota de Napoléon III en la Guerra franco-prusiana.

construccion estatua libertad

Obtener los 400.000 dólares que Bartholdi estimó serían necesarios para construir la estatua en Francia no iba a ser tarea fácil. El trabajo se paraba con frecuencia por falta de fondos. Para superar este problema se creó en 1874 la llamada Unión Franco-Americana, con el propósito de organizar la recaudación de fondos para la construcción del monumento. Para ello se utilizaron todos los medios de la época, artículos en la prensa, espectáculos, banquetes, impuestos, lotería, etc...


Faltaban dos años para la celebración del centenario americano y tantas demoras habían hecho que ya nadie, incluido Bartholdi, pensase que la estatua podía estar construida para 1876. A pesar de ello Bartholdi continuó con su trabajo y buscó un ingeniero para que hiciera el diseño de la estructura interna de la estatua. Gustave Eiffel, que por aquel entonces aún no había construido la famosa torre que lleva su nombre, fue contratado para llevar a cabo dicha labor. Él sería el encargado de crear una estructura interna que soportase la estatua y diseñar un esqueleto que permitiera que la piel de cobre se mantuviera verticalmente.
Si te gusta este post, no te puedes perder:
El Traslado de los templos de Abu Simbel
Siguiendo los planos de Gustave Eiffel, la estructura interior se fabricó en hierro recubierto con cobre, y estaría anclada al pedestal por un enorme poste central, dado que que el peso de la estatua sería de 225 toneladas.


En junio de 1884 el monumento estaba terminado. Bartholdi lo había erigido en un patio al lado de su estudio en París. El plan original era desmontarlo en cuanto estuviese completado y enviarlo a los Estados Unidos, donde sería instalado encima de un pedestal en la Isla de Bedloe.
Pero las obras del pedestal avanzaban muy lentas o, directamente, no avanzaban. El caso era que, con la estatua terminada, la base no estaba todavía construida y no había visos de que lo fuese a estar en poco tiempo. Pero lejos de solucionarse, los problemas crecieron. En septiembre de 1884 las obras habían cesado por falta de fondos y todavía eran necesarios 100.000$ más para finalizarlo. Como el dinero no aparecía por ninguna parte Boston, Cleveland, Filadelfia, y San Francisco comenzaron a competir para traer la Estatua de Libertad a sus ciudades.
La recaudación de fondos para llevar a cabo la construcción de la base en Estados Unidos se encontraba bajo responsabilidad del Fiscal General, William M. Evarts. Pero debido a la falta de resultados en la obtención de financiación tuvo que abandonar su puesto y fue asignado a tal labor Joseph Pulitzer, director del periódico New York World. Durante más de cinco meses, comenzando el 16 de marzo de 1885, Pulitzer pidió a sus lectores día tras día que enviaran lo que pudieran. Ningún lector era demasiado humilde, ninguna donación demasiado pequeña, cada persona que se contribuyera recibiría una mención en el periódico. Su llamada fue atendida y el 11 de agosto de 1885 se habían recaudado 120.000$. Finalmente la estatua viajaría a Nueva York.


Para transportarla se hizo necesario desarmar la estatua. El desmantelamiento comenzó en enero de 1885. La estatua, fue enviada a Rouen en tren y bajó por el Río Sena en barco, antes de su llegada al puerto de Le Havre. El monumento llegó a Nueva York el 17 de junio de 1886, a bordo de una fragata francesa llamada "Iserese" y recibió una bienvenida triunfal. Para hacer posible la travesía del Atlántico, la estatua fue desmantelada en 350 piezas, divididas en 214 cajas. Tras la llegada del monumento se reensambló en tan solo cuatro meses. El 28 de octubre de 1886, la estatua de la Libertad fue inaugurada en Nueva York, en presencia del presidente Grover Cleveland. El monumento, que quería ser un regalo para celebrar el centenario de la independencia americana, había llegado con diez años de retraso.


Fuentes: Neatorama, nps.gov, nyc-architecture.com.
Fotos: I, II, III, IV, V.