Cuando el ejército griego derrotó a los persas en la batalla de Maratón, Filípides salió corriendo hacia Atenas para dar la grandiosa noticia. La leyenda dice que, tras recorrer los 40 kilómetros que separaban el campo de batalla de la polis griega, Filípides se derrumbó agotado por el titánico esfuerzo, aunque antes de morir y con su último aliento fue capaz de articular una postrera palabra: «νίκη» (—Níki—, victoria en griego antiguo). No podía imaginar que veinticuatro siglos después su gesta daría nombre a la prueba atlética de resistencia por antonomasia.
Y es que desde que el Maratón se incorporó al programa olímpico en la categoría masculina en 1896 —la categoría femenina tendría que esperar ni más ni menos que a 1984— se han vivido multitud de anécdotas y emociones, han nacido héroes, se ha cazado a tramposos e incluso se ha colado algún protagonista no invitado.
Norbert Sudhaus encarando los últimos metros
El 10 de septiembre de 1972 se celebraba la prueba de maratón de los
Juegos Olímpicos de Munich. El alemán Norbert Sudhaus entró primero en
el estadio, le faltaban menos de 500 metros para llegar a la meta. Los
espectadores le alentaban y se levantaban de sus asientos a su paso,
insuflándole energías para ayudarle en el último esfuerzo. Era algo completamente lógico, se trataba del corredor que se iba a convertir en campeón olímpico, y además era alemán, como la mayoría de la gente del estadio. Lo que no sabían aquellos espectadores era que
ese último esfuerzo no era tal, Sudhaus no era un corredor olímpico, no había participado en competición atlética alguna en su vida, se
había unido a la carrera metros antes de entrar en el estadio.
Sudhaus había recorrido ya la mitad de la última vuelta cuando los comisarios se dieron cuenta del engaño. Le hicieron salir de la pista a 100 metros de la meta. Los espectadores no entendían lo que sucedía y un murmullo comenzó a recorrer el recinto olímpico.
Todo esto no ayudó a Frank Shorter, el estadounidense que finalmente ganó la prueba. Cuando
entró en el estadio solo oía los abucheos y silbidos dirigidos a Sudhaus mientras veía un tumulto formado muy por delante de él. Cuando se le preguntó qué pensaba del tipo que iba por delante de él, Shorter dijo, "¿Qué tipo?". Se convertía así en el tercer estadounidense en ganar un maratón olímpico pero curiosamente en el primero que lo hacía llegando en primer lugar. Es más, habría que esperar hasta 1984 para que Joan Benoit Samuelson, esta vez sí, consiguiese el oro para los Estados Unidos entrando la primera en el estadio. El motivo por el que Sudhaus saltó a la pista nunca llegó a saberse.
El ganador de la prueba y campeón olímpico, Frank Shorter
Claro que no hay que irse cuarenta años atrás para toparnos con individuos que, ajenos a esta dura prueba, en realidad ajenos a cuaquier cosa que tenga que ver con el deporte, se erigen, tristemente, protagonistas.
El 29 de Agosto de 2004 se corría el maratón de los JJOO de Atenas 2004, la prueba que ponía fin a estos. Después de 1h52min corriendo y ya casi al final del evento sucedió lo impensable. El brasileño Vanderlei de Lima, que lideraba la prueba, fue abordado por un "espectador" (un ex sacerdote irlandés demente llamado Cornelius Horan, que ya había entrado al circuito de Silverstone durante el Gran Premio de Inglaterra de Fórmula 1 del año anterior). Incapaz tan siquiera de levantar los brazos para defenderse, debido al cansancio acumulado, fue arrastrado hasta la acera donde se encontraban otros espectadores y empujado al suelo. Logró recuperarse con la ayuda de aficionados y voluntarios y volver a la carrera.
Dos kilómetros después fue adelantado y llegó, finalmente, tercero a la meta del estadio Panathinaiko. Entró sonriendo y con los brazos en alto. Por su actitud ante la adversidad, su valor y espíritu olímpico, fue homenajeado con la medalla Pierre de Coubertin, una de las mayores distinciones y honores que se le puede otorgar a un deportista olímpico. Solamente ha sido entregada en diez ocasiones.
Vanderlei de Lima celebrando su medalla de bronce
De Lima dijo que el incidente le afectó mental y físicamente. "Perdí la concentración y me comenzaron a doler las piernas". Nunca dijo que de no ser por el incidente hubiera ganado la prueba. De hecho, Stefano Baldini, a la postre ganador de la prueba, afirmó que su ritmo en ese momento era muy superior y de no haber sufrido el ataque hubiese adelantado a de Lima solo un kilómetro más tarde. Casi nadie pone esto en duda. Nunca lo sabremos.
Si en 2004 Vanderlei de Lima se alzaba en héroe sin ganar la prueba, cien años antes, el ganador del maratón olímpico se convertiría en el villano, y pasaría a engrosar la lista de ovejas negras de este deporte.
Salida del maratón de los JJOO de 1904
De los 32 atletas que tomaron la salida en el maratón de los Juegos Olímpicos de 1904 en San Luis, tan solo 14 lograron completarla. El primero en llegar a meta, después de 3 horas 13 minutos, fue el norteamericano Fred Lorz, que inmediatamente fue proclamado ganador. Estaba siendo fotografiado con Alice Roosevelt, la hija del Presidente de los Estados Unidos, y estaba a punto de serle concedida la medalla de oro, cuando se supo que había cubierto 18, de los algo más de 42 kilómetros de la prueba, en un coche conducido por su manager. La aclamación de la muchedumbre se tornó rápidamente en abucheos. Lorz, como último recurso, intentó explicar que estaba siendo objeto de una broma pesada, algo que nadie creyó. Recibió una sanción de por vida, que más tarde, y gracias a su arrepentimiento, fue levantada.
Esta, quizá hubiese sido la primera vez que un corredor se valía de un medio de transporte para acortar distancias, pero no iba a ser la última. La ganadora del maratón femenino de Boston de 1980 fue una cubana casi desconocida de 27 años, Rosie Ruíz que marcó un crono de 2h 31:56 batiendo el record de, la ya mencionada anteriormente, Joan Benoit (2h 35:15).
Rosie Ruiz escoltada por dos policías tras destaparse el engaño
Ya había recibido la medalla y los laureles, posado para la prensa con el ganador en la categoría masculina, Bill Rodgers, y realizado varias entrevistas cuando comenzaron las sospechas sobre su carrera. Su tiempo era estratosférico, habia rebajado más de 25 minutos su marca personal, conseguida tan solo seis meses antes en el maratón de Nueva York. Y no solo eso, ninguna de sus adversarias recordaba haberla visto y no aparecía en ninguna de las fotos ni videos tomados durante la carrera. Pero la mayor evidencia en su contra la aportaron dos estudiantes que aseguraron haber visto a Ruiz saliendo de entre una multitud a menos de un kilómetro de la meta. Días después se supo que durante el maratón de Nueva York, donde consiguió la marca que le permitió participar en el de Boston, había usado el metro. Por increíble que parezca es una treta que, todavía hoy, no deja de repetirse.
Pero si hay un corredor recordado no precisamente por tramposo sino por su desgracia ese es Dorando Pietri. La dramática llegada a meta y su posterior descalificación tras un esfuerzo titánico llegó al corazón de los espectadores y paradójicamente le catapultó a la fama de un modo sin precedentes.
Todo empezó hace 104 años en la misma ciudad que acogerá los Juegos olímpicos este verano. Los corredores que se habían preparado para el maratón de los juegos Olímpicos de Londres de 1908 lo habían hecho pensando en la tradicional distancia de 40 km. No contaban con un capricho de la reina de Inglaterra, Alejandra de Dinamarca, una aparente insignificancia, que a la postre no lo sería tanto, y que provocaría un final de carrera inolvidable.
Todo estaba preparado. Como no podía ser de otra manera la prueba finalizaría en el estadio olímpico, el majestuoso Sheperd Bush Stadium, pero el punto de inicio no iba a ser el previsto. En unos tiempos donde el movimiento olímpico estaba en pañales y para que los Príncipes de Gales pudieran ver la salida desde la ventana de su residencia, la monarca pidió que la carrera comenzase en los jardines del Castillo de Windsor añadiendo unos dos kilómetros extra a la prueba. Y así fue. La reina, sin saberlo, había establecido una norma que perduraría hasta nuestros días, un recorrido de 42,195 kilómetros que en 1921, y por razones nunca suficientemente explicadas, se tomó como distancia definitiva para todas las pruebas de maratón.
A las 14h33 tomaron la salida un total de 56 corredores entre los que se encontraba el joven italiano. Pietri empezó la carrera con un ritmo lento pero a partir de la segunda mitad de la carrera aceleró y en el km 32 se encontraba situado en segunda posición a 4 minutos del sudafricano Charles Hefferon. Cuando Pietri supo que Hefferson estaba sufriendo una crisis aceleró todavía más el ritmo alcanzándole en el km 39. En el km 40 Pietri lideraba la carrera en solitario con una notable ventaja sobre el segundo, lo que en cualquier otro maratón anterior le hubiese dado la victoria, pero a partir de este momento comienza a sufrir los efectos de la fatiga extrema y la deshidratación. Al entrar al estadio Pietri toma el sentido de la pista equivocado y cuando los jueces le redirigen cae al suelo por primera vez ante los ojos de 75.000 espectadores, está exhausto. Todavía caerá otras cuatro veces más y en cada ocasión es ayudado a levantarse por los jueces. Finalmente llega a meta en 2 h 54:46, tardando 10 minutos en recorrer los últimos 350 metros. En segundo lugar llega el estadounidense Johnny Hayes. Pero los americanos han visto lo sucedido e inmediatamente su delegación presenta una reclamación por la ayuda recibida por Pietri que finalmente es aceptada y hace que Pietri sea descalificado.
Dorando Pietri, exhausto, a punto de cruzar la meta
La reina Alejandra de Dinamarca haciendo entrega del trofeo conmemoratívo
Fuentes: Maratón, ColorSport, Iconicphotos, Historias del deporte, Wikipedia.
Nota: parte de esta entrada pertenece a dos entradas anteriores de este mismo blog, Espíritu olímpico y Tramposos olímpicos.
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